22 diciembre, 2016

POR LA PATRIA HACIA DIOS. LA NUEVA FACHADA DEL AYUNTAMIENTO DE PALOS DE LA FRONTERA

Museo del Prado Primer desembarco.
José Luis Gozálvez Escobar,
Dr. En Historia Moderna

La decoración cerámica que preside el nuevo ayuntamiento de Palos nos retrotrae a un tiempo pasado y, en apariencia superado, que interpretaba el encuentro de los marineros onubenses con América como un hecho providencial, al servicio del Dios cristiano y la Corona de Castilla. Debería atentar contra la ley de la Memoria Histórica, pues se identifica plenamente con la visión ideológica franquista acerca del Descubrimiento, plasmada en el machacón eslogan «Por el Imperio hacia Dios».

Me llega la noticia sobre la decoración del nuevo Ayuntamiento de Palos, el edificio que mejor nos representa a todos sus vecinos, a muchos kilómetros de mi casa, en las cercanías del Convento de La Rábida. Sin embargo la distancia no atenúa el bochorno y la vergüenza que siento ante las imágenes de su fachada.

En efecto, las figuras cerámicas que presiden la fachada del nuevo ayuntamiento, y que parten de una muy conocida pintura del historicismo, representan una visión interesada y tergiversada de la historia, incomprensible en uno de los lugares claves de la Historia Universal, con dos universidades en su término, una centrada precisamente en los estudios americanos.

En pocas ocasiones una pintura sobre Colón y sus compañeros de viaje se muestra tan artificial  como en el cuadro «Primer Desembarco de Cristóbal Colón en América», realizado en 1862 por Dioscoro Teófilo Puebla Tolín, que conserva el madrileño Museo del Prado. Sólo tiene parangón con la versión casi surrealista del estadounidense John Vanderlyn, que con el título de «Desembarco de Colón en Guanahaní» fue encargado, entre 1837 y 1847, para la rotonda del Capitolio de Washington.

El óleo plasma una escena que representa, según una interpretación muy personal del pintor, la primera expedición a las Indias de Cristóbal Colón, y su llegada a Guanahaní el 12 de octubre de 1492, bautizando a esta tierra con el nombre de San Salvador.

En tierra firme un Colón de blanca cabellera, rodilla en tierra, vestido de rojo, con el estandarte enhiesto en su mano izquierda y la espada rendida en la derecha, levanta los ojos al cielo. Le rodean sus compañeros, que van llegando en barcas, representados por personajes vestidos de marineros o soldados. Algunos llevan estandartes y otros armas. A la izquierda de la composición un grupo de indígenas semidesnudos y sorprendidos están próximos a un fraile franciscano (un anacronismo ya que aunque los franciscanos de La Rábida tuvieron una gran influencia en la expedición ninguno se embarcó en este viaje) que empuña un crucifijo. Al fondo, en un mar en calma, están ancladas las carabelas con las velas plegadas.

Los modelos se colocan delante de un telón de fondo como si estuvieran en el estudio del pintor en lugar de en la pura naturaleza. La cruz en el centro preside toda la escena, y es obvia la intención de Colón al tomar posesión de hombres y tierras, que refuerza la espada desenvainada y su imploración al cielo, a Dios, en cuyo nombre y bajo cuya protección tiene lugar la conquista. Algunos marineros aparecen desesperados besando la tierra tras un viaje lleno de dificultades. Algunos pocos indios, por fin, en penumbra aparecen boquiabiertos, no entienden absolutamente nada, aunque el fraile les leyera un largo texto en latín señalándoles que desde ese momento eran vasallos de los Reyes de Castilla y debían obediencia al Papa.

En definitiva, todo está dispuesto como si el pintor fuera el director de escena de una ópera en los instantes inmediatos a que todos los actores fueran a comenzar su concierto. Y como toda ópera, la escena es una pura caricatura que muy poco tiene que ver con la realidad.

Como otras pinturas que le siguen, esta obra de Puebla Tolínse centra en el genio de Colón, de un lado, y el providencialismo de la aventura, de otro. El encuentro de dos mundos se convertía así desde esta visión en una cuestión ideológica, donde a todas luces la superioridad de los europeos se imponía a la ignorancia de los nativos americanos. Además, era una cuestión impuesta por el mismísimo dios de los europeos y, por tanto, indiscutible.
Durante el franquismo esta ideas se revitalizaron engrosando el ideario del régimen y mostrando la naturaleza católica y fascista del régimen del general Franco, plasmada en una de sus frases más tópicas que identificaban al sistema con el auge del Imperio español, sobre todo en América, y la activa participación divina en la historia nacional.

Hace ya muchas décadas que la historiografía parecía haber conseguido despojarse de esta disparatada concepción del pasado, pero como se evidencia en la fachada de mi ayuntamiento, aún persiste, además de haber dejado alguna herencia indeseable en las actitudes de algunas élites políticas y en el cínico pragmatismo de algunas capas sociales.

Tal vez incluso la iniciativa sea por este camino un firme atentado contra la vigente ley de la Memoria Histórica. En cualquier caso resulta un monumental atentado contra la más elemental objetividad de nuestra historia local y su trascendencia universal, que a buen seguro va a ser objeto, como mínimo, de asombro general y a poner en entredicho la idoneidad de otras muchas iniciativas de la Huelva del 2017.