16 octubre, 2018

AVES DE MAZAGÓN: EL ROQUERO SOLITARIO

EL ROQUERO SOLITARIO


Rafael R. Porrino

A pesar del título de este post, no vamos a hablar hoy de Johnny Cash, ni nuestro protagonista toca la guitarra ni viste de negro. Y es que bajo el singular nombre de “roquero solitario” se esconde un ave paseriforme de tamaño mediano, emparentada con mirlos y zorzales, que forma parte del elenco ornitológico de Mazagón.
Macho en plumaje invernal, con escamas en el pecho.

El roquero solitario, cuyo nombre científico es Monticola solitarius, es similar a un mirlo, aunque de menor tamaño y de silueta más esbelta, con pico negro más largo y fino. El color de los machos es muy distintivo, pues su combinación de azul oscuro con alas negras le hace inconfundible, incluso cuando en invierno el azul pierde intensidad y el pecho aparece barrado. Hay que puntualizar, no obstante, que el color azul sólo se aprecia en toda su intensidad cuando el ave se observa en buenas condiciones de luz y a corta distancia. Las hembras adultas, mucho más discretas, son grises con motas pardas en las partes inferiores del cuerpo, si bien suelen presentar algo de tinte azulado. Los pollos y jóvenes son de tono marrón oscuro y muy moteados y escamados.

Hembra de roquero solitario, con su  típico plumaje moteado.

Se trata de un ave con una amplia área de distribución mundial que abarca países de ambas orillas del Mediterráneo, Oriente Medio, Asia central y oriental, y el sudeste asiático. España, y dentro de ella Andalucía, alberga una importante población asentada sobre todo en comarcas de media y alta montaña. Se alimenta de insectos, si bien no desdeña los frutos silvestres de matorrales y arbustos, y también forman parte importante de su dieta pequeños reptiles que captura con su alargado y puntiagudo pico.
Las salamanquesas también son parte de la dieta del roquero solitario.

El roquero solitario no toma su nombre, como es obvio, de su afición a la guitarra eléctrica, sino por su preferencia por roquedos, cortados rocosos, cresterías, cañones fluviales, minas y ambientes rupícolas en general. No obstante, también habita en ruinas históricas y edificios abandonados o con poco trasiego humano, tanto aislados en el campo (castillos, viejos cortijos, puentes, instalaciones mineras, etc.) como dentro de pueblos que cuentan con caserío tradicional bien conservado y construcciones antiguas. Evita bosques, zonas forestales, humedales y cultivos.
Roquero solitario asomando sobre un médano. Foto Luis Urbina Cabrera.

Así, en la Sierra de Aracena es común dentro de pueblos y aldeas, donde es conocido por los serranos con el nombre de “filomena”, palabra cuya etimología griega se relaciona con la música o el canto. La explicación es sencilla: el roquero solitario emite un canto aflautado y melódico, sutil pero muy hermoso.
CANTO ROQUERO SOLITARIO


El apelativo “solitario” de su nombre hace referencia a que es un animal del que no veremos grupos o bandos (a diferencia de parientes como los zorzales), sino que generalmente se avista a la pareja o a un único ejemplar, excepción hecha de las familias en época de nidificación. Cada ave o pareja suele defender su territorio frente a otros individuos intrusos.
Normalmente se ven individuos aislados.

La relación del roquero solitario con Mazagón es curiosa, pues como es sabido en nuestro entorno no existen roquedos ni otros hábitats rupícolas. Además, se trata de una especie residente; es decir, que no migra, permaneciendo en el entorno de las zonas de cría a lo largo de todo el año. Áreas de cría que no incluyen Mazagón ni sus alrededores, pues las poblaciones reproductoras más próximas son las del pie de Sierra Morena, la Cuenca Minera y el bajo Andévalo, con alguna pareja aislada en el entorno septentrional de Marismas del Odiel.
Acantilado, océano y roquero solitario. Típica estampa del Asperillo.

Las claves de la presencia del roquero solitario en Mazagón son dos: por un lado, los acantilados y médanos de arenisca de Mazagón y El Asperillo conforman un hábitat que se asemeja a los roquedos de los que gusta el roquero, aun cuando en ellos no haya rocas.
Hábitat del roquero solitario en Mazagón. Acantilados del Asperillo.

Por otra parte, si bien es cierto que es una especie residente, hay ejemplares que tras la reproducción realizan desplazamientos de corto alcance desde sus zonas de cría con el objeto de trasladarse a áreas de menor altitud con inviernos menos rigurosos y mayor disponibilidad de alimento, como es la playa de Castilla. Curiosamente, la inmensa mayoría de ejemplares que se observan en Mazagón son machos. Este fenómeno de desplazamientos estacionales del roquero solitario es bastante desconocido y está poco estudiado en la Península.
Roquero solitario al sol en una grieta de los acantilados del Parador.  Foto Luis Urbina Cabrera.

Así pues, es entre mediados de septiembre y finales de marzo cuando mayormente podremos disfrutar de esta bonita ave en Mazagón. Se trata de un pájaro muy escaso aquí, pues apenas un puñado de ejemplares inverna cada año entre nosotros. Sin embargo, no por ello resulta complicado de avistar, debido a que el roquero solitario es un magnífico ejemplo de lo que los ornitólogos referimos como especie conspicua: su tamaño, el tipo de paisaje abierto que frecuenta y sus hábitos -suele pasar mucho tiempo posado en sitios elevados, como las cumbres de los médanos- lo hacen muy visible y fácil de detectar a pesar de su escasez. Eso sí, aunque su colorido y silueta son muy característicos, cuando localicemos un pájaro oscuro  posado en los acantilados habremos de tener cuidado para no confundirlo con el mirlo común o el estornino negro, con quienes en ocasiones suele compartir posadero.
Su largo pico es muy característico de la especie. Foto Luis Urbina Cabrera.

Como ya se ha dicho, el mejor lugar para disfrutar del carismático roquero solitario en Mazagón son los acantilados y médanos, especialmente en el tramo entre las Casas de Bonares y Arenosillo. Anecdóticamente, en alguna ocasión se ha llegado a avistar en el puerto deportivo. Un sitio recomendable son los acantilados de la playa del Parador, que podemos escudriñar caminando por la playa a ambos lados de la bajada. Estos ejemplares que viven en invierno entre Mazagón y Matalascañas constituyen la única población de la especie en el Espacio Natural Doñana.