Esquema de una
almadraba/José Luis González Arpide
La
almadraba del Loro estaba situada a levante de la Torre del Río del Oro,
popularmente conocida como Torre del Loro, en Mazagón. La técnica de esta pesca
artesanal para capturar el atún rojo comenzaba en el mes de marzo y se
prolongaba hasta el mes de agosto. El atún rojo de almadraba tiene un valor
añadido, gastronómico, ambiental y cultural, y por su calidad se considera el
“Pata Negra” del mar. Esta técnica de pesca se remonta a 3.000 años de
antigüedad y su origen se le atribuye a los fenicios. Los duques de Medina
Sidonia llegaron a explotar el negocio de esta pesquería desde Huelva a
Gibraltar. En el asentamiento romano de Baelo Claudia, en Bolonia (Cádiz), hay
vestigios de su trasformación en salazones.
El arte de la almadraba es un laberinto de
mallas mediante las que se acorrala y encierra a los atunes. Su estructura,
formada por cables de acero está anclada al fondo, y la red se mantiene a flote
con boyas. Hay varios tipos de almadrabas, pero todas funcionan bajo el mismo
principio: aprovechar la conducta que presentan los peces frente a cualquier
objeto que intercepte su camino y atraparlos en ese laberinto.
Las
almadrabas tenían que estar señalizadas desde un punto perfectamente visible en
tierra. Eran unas torres cilíndricas y huecas, construidas con ladrillos, de
mayor a menor y terminando en forma de chimenea, que además de servir de
atalaya para marcar la situación de la almadraba, eran el punto de referencia
para calar las anclas al principio de temporada. Para ello se encendía una
hoguera en su interior con ramas húmedas para provocar mucho humo y ser vistas
desde alta mar para proceder al calado. En los acantilados del Asperillo, entre
la Cuesta Maneli y el antiguo cuartel de Mata del Difunto hay una torre de
marcación, que a pesar del paso del tiempo se encuentra bien conservada.
Marcación de la almadraba en los
acantilados del Asperillo/José A. Mayo
En
los años cincuenta del pasado siglo, los pescadores llegaban al Loro desde
Almería, Lepe e Isla Cristina, dos meses antes de la temporada para calar la
almadraba. Los primeros en llegar eran los capitanes; el primer capitán era de
Valencia y el segundo de Santander. Y lo primero que hacían era ir al poblado
de pescadores, ubicado en lo alto del acantilado, para hablar con Joaquín el de La Barca, un pescador de
Lepe que se había instalado allí en 1924 para dedicarse a la pesca desde
Mazagón hasta la desembocadura del Guadalquivir. Nadie mejor que Joaquín
conocía esta parte de la costa y los cambios que las que mareas provocaban en
la morfología del fondo marino. En esta almadraba trabajaban varios pescadores
de Lepe, entre los que se encontraban José Antonio Fernández Oria, el Pelao, sus hijos, José y Juan
Fernández Ferrera, y tres tíos de éstos. La almadraba tenía varios encargados
que dirigían cada uno a la gente de sus pueblos. El Pelao era el encargado de los pescadores de Lepe.
Ser
pescador almadrabero era un trabajo muy solicitado en aquella época y no era
cosa fácil de conseguir: «Para entrar en
la almadraba había que llevar una buena carta de recomendación, allí no entraba
a pescar cualquiera, pero como yo era hijo del encargado me metieron muy joven»,
cuenta Juan Fernández Ferrera, el Pelao,
que conserva gratos recuerdos de la almadraba, a pesar de la dureza del trabajo
y de las calamidades que pasó.
Presenciar
una levantá de la almadraba era un
espectáculo maravilloso que nadie se quería perder. La levantá es la operación de levantar los atunes que han entrado en
el copo de la almadraba para ser izados a las embarcaciones. Cuando el capitán
de la almadraba considera que la concentración de atunes en el copo es buena,
ordena la levantá, y las
embarcaciones se abarloan sobre los corchos del copo y comienzan a elevar la
red del fondo para llevar a los atunes hacia la superficie. Esta operación era
motivo de una gran expectación entre los vecinos del poblado forestal de
Mazagón, de las chozas de Bonares y de los diferentes asentamientos de esta
población, que todos los años acudían al poblado del Loro para asistir a la levantá. Desde allí se lanzaba un
cohete para avisar a uno de los barcos para que fuera a recogerlos a la orilla
y llevarlos un par de millas más allá, donde se encontraba la almadraba para
asistir al proceso de su captura. Los atunes eran transportados a Huelva por el
vapor Martínez Campos y cuatro barcos
más de motor: el César, el Pérez Lila, El Consorcio y el San
Fernando.

Vecinos de Mazagón regresan de
ver una levantá/Familia Joaquín
Suárez
En
las primeras levantás podían entrar
ejemplares de tres metros de largo y más de setecientos kilos de peso. Los
pescadores van jalando de la red hasta que el atún se queda prácticamente sin
agua, y éste empieza a saltar desesperadamente, momento que aprovechan para
engancharlos con un arpón por la cabeza y subirlos a bordo. El agua comienza a
agitarse como si estuviera hirviendo por su aleteo y el cerco de la almadraba
se tiñe de rojo por la sangre que brota de sus cabezas.
Momento de la levantá en la almadraba del Loro/Luis
Claus
El
Consorcio Nacional Almadrabero, al que pertenecía la almadraba del Loro, tenía
contratado a Joaquín para recoger con sus barcos los flotadores de corcho que
se soltaban de las relingas. Éstos eran retirados del mar y llevados a tierra
para almacenarlos, apilándolos en distintos lugares; los buenos, los que se
podían volver a utilizar eran devueltos a la almadraba, cobrando un real por
pieza, y los que estaban más deteriorados se cargaban en un camión con destino
a una fábrica de Algeciras para su posterior reciclado y transformación.
Curiosamente, el poblado donde estaban
instalados los pescadores de la almadraba del Loro estaba situado muy lejos de
la zona, concretamente en el lugar conocido como La Cascajera, en la Isla
Saltés. Tal vez aquello se debiera a un motivo estratégico de índole comercial,
por la proximidad de la almadraba de Las Torres, calada en la isla vecina de
Banco del Manto, y la almadraba de La Cinta, calada frente a la laguna de Las
Madres; pero sin duda alguna no era el sitio más idóneo para los pescadores del
Loro, que se tenían que desplazar varias millas para ir y venir a la almadraba.
En La Cascajera estaba ubicado el real de las tres almadrabas; un poblado que
albergaba a todos los trabajadores relacionados con esta industria, y que
contaba con una gran infraestructura para el sostenimiento de la misma: dos
naves dedicadas a almacén, calderas para alquitranar las redes y las amarras,
una instalación para el combustible y un muelle de atraque, así como un cuartel
de Carabineros que controlaban el tráfico de mercancías.

Plano
de la Isla Saltés. A la derecha se puede observar el real de la almadraba/Instituto
Oceanográfico. Archivo de la Biblioteca Nacional
Hoy
esta pesquería tradicional está condenada a desaparecer por la proliferación de
las granjas de engorde que han llegado a saturar el mercado nacional y japonés
con un atún más graso y de inferior calidad.
José Antonio Mayo
Abargues