20 mayo, 2016

HISTORIAS DE LOS MARINEROS PALERMOS EN EL BUQUE ESCUELA “JUAN SEBASTIAN DE ELCANO” (IV)

 FRANCISCO DOMINGO CÁCERES LÓPEZ

Francisco Domingo Cáceres López nació en la calle Moguer de Palos de la Frontera el día 15 de septiembre de 1976. Aunque viene de una familia de tradición marinera por parte del padre, tíos y primos, conocidos como la familia de “Los Pendones”, él nunca tuvo relación directa con el mar hasta que fue llamado a filas por la Armada.

Hizo el periodo de instrucción en San Fernando y luego le dieron destino por sorteo al Juan Sebastián de Elcano, que se encontraba en La Carraca, terminando las últimas reparaciones y puesta a punto, antes de salir para realizar el Crucero de Instrucción.

Cáceres navegó en el Elcano como marinero de reemplazo en el LXVII Crucero de Instrucción, coincidiendo con Manuel Antonio Guerra Librero, otro palermo que navegó también como marinero de reemplazo. Salieron de Cádiz el 7 de enero de 1996, regresando a Marín el 14 de junio de este mismo año. El buque iba al mando del capitán de navío don Manuel Calvo Freijomil. El itinerario fue el siguiente: Cádiz, Las Palmas, Salvador de Bahía, Buenos Aires, Simon’o Town, Ciudad del Cabo, Fortaleza, Puerto España, Santo Domingo y Marín, como fin del trayecto, con llegada a Cádiz el 20 de junio, después de recorrer 3.315 millas.

Francisco Domingo Cáceres López.

Fue destinado al servicio de Lavandería, y a los tres días lo cambiaron al de Aire Acondicionado y Frigoríficos sin tener ningún conocimiento de ello. Las guardias las hacía en máquinas en turnos partidos que podían ser de cuatro horas o de dos, «La guardia de máquinas era una hora en auxiliares, que eran los motores eléctricos que suministraban la corriente al barco, y luego controlábamos todos los puntos de achique y los niveles. Éramos cuatro y cada hora salía uno para hacer una ronda por todo el barco; sobre todo había que estar muy pendiente del palo mesana, que era donde daba la chimenea y podía alcanzar mucha temperatura. Al palo había que subir obligatoriamente, porque algunas veces se ponía un mando arriba para hacer el aguardo. Recuerdo que en las guardias de máquinas leí más que en mi época de estudiante, ya que a excepción de la hora de ronda no te podías mover de allí ni un momento, y el tiempo lo matábamos leyendo».

En la maniobra general tenía su puesto en el palo Mesana, a poca altura, desde donde se izaba o recogía la vela, pero en la entrada en los puertos se tenía que subir arriba. «El 19 de marzo, navegando hacia Ciudad del Cabo se cayó un marinero al agua, y se cayó en la zona del Mesana donde estaba yo. Lo vimos caer un guardia marina filipino y yo. Tardamos mucho en encontrarlo y estuvo a punto de morir de hipotermia. Los mandos tuvieron un buen detalle con su familia y la invitaron a pasar unos días en Trinidad y Tobago para que pudieran estar con él».

Cáceres realizando trabajos en cubierta. Esta foto fue enviada a su novia en abril de 1996, y al dorso está escrito este curioso texto: Si no te gusta la rompes, pero hasta Santo Domingo no me afeito.

Si había algo que Cáceres no soportaba del Elcano, eso era la comida, a la que nunca fue capaz de acostumbrarse. Lo único que le gustaba era el pollo. «La comida era muy mala, al menos para mí, que lo único que comía era pollo con papas fritas. Las papas fritas las ponían los primeros días de navegación, porque luego se ponían malas y acompañaban el pollo con puré de papas. Los de cocina para evitarlo había veces que echaban a rodar las papas por cubierta para que se fueran al agua. Además, había diferencias entre la comida de oficiales y marinería, incluso hasta en las papas, que siendo las mismas se pelaban de diferente forma. Las papas nuestras las pelaba la lavadora, una maquina especial para pelar papas, sin embargo las que se comían los oficiales eran peladas a mano y quedaban completamente limpias».

El balance que hace Francisco Cáceres sobre su paso por el buque más representativo de la Armada Española es generalmente bueno: «La vida en el “Elcano” no fue muy dura para mí, excepto la comida y algún que otro problemilla con algún compañero. Éramos muchos y lógicamente surgían problemas entre nosotros. Cada vez que llegábamos a puerto nos cambiábamos rápidamente de ropa para salir a tierra y con las prisas dejábamos la ropa de faena en cualquier lado, lógicamente luego la recogíamos. En Fortaleza el marinero que estaba a cargo de la limpieza me tiró la ropa a la basura. Cuando llegue me faltaba un pantalón y una camiseta, entonces pregunté por el marinero que había estado de guardia. Hablé con él y me respondió que Juan Marín, el sargento de cubierta le había ordenado que toda la ropa que estuviera por el suelo que la tirara a la basura, y él la tiró al contenedor. Le dije muy enfadado que me buscara rápidamente un pantalón y una camiseta. Al parecer por mi expresión lo debió de entender como una amenaza muy grave, porque poco después, su hermano que era guardiamarina me dijo que me iba a hacer la vida imposible en el “Elcano”, pero yo respondí a aquella amenaza haciéndole alguna “putadilla”.

Los guardiamarinas dormían en una zona que hacía un calor infernal, y sin aire acondicionado era imposible conciliar el sueño. Algunas noches que estaba de guardia, sobre las doce desconectaba el aire, y luego le decía al relevo, que estaba en complot conmigo que una hora más tarde lo encendiera. Luego me llamaba el sargento y me decía que revisara los filtros del aire porque los guardiamarinas no habían podido dormir. Yo le decía que era imposible que estuvieran mal, porque los había cambiado hacía unos días y que era normal, ya que aquella zona era muy pequeña para tanta gente. En fin, que se lo hice pasar mal, lo que siento es que sus compañeros también sufrieran ese calor.

Lo de la comida no lo pude superar. Como a mí solo me gustaba el pollo, los de cocina me lo guardaban de un día para otro. La repostería del comandante daba a la zona de maquinas, y cuando yo estaba de guardia y coincidía con un repostero que era de Comares (Málaga), que dormía a mi lado y teníamos mucha confianza, se asomaba a la máquina y me llevaba un bocadillo. El mismo sargento que hacia la guardia conmigo en la máquina me decía, palermo, sube y pídele un cafelito al compi, y yo iba y bajaba una bandeja con café para todos».

El cabo y el sargento estaban peleados, y el cabo utilizaba a Cáceres para escabullirse del sargento, claro, que éste sacaba también su beneficio de aquella situación. «El cabo primera había cogido mucha confianza conmigo, y un día me llevó al sollado de los cabos y me dijo: “ésta es mi cama, tú puedes hacer en el barco lo que te dé la gana, si el sargento te pregunta por mí, le dices que espere un momento, que vas a buscarme o te inventas lo que quieras, y cuando no tengas mas remedio te vienes aquí y yo me levantaré. Si tú no me das la lata a mí, yo no te la daré a ti”.

El sargento me ordenaba que limpiara todos los filtros de aire acondicionado de la zona de oficiales y el del comandante, y el cabo me decía que limpiara nada más que el filtro del comandante, que los oficiales ya me avisarían cuando no saliera aire. Me arrestaban cinco días y el cabo debía tener mucha amistad con el escribiente, porque en la hoja aparecían uno o dos como mucho. Fui arrestado muchas veces; un día de siete arrestados que estábamos baldeando la cubierta, cinco éramos de Huelva. Los de Huelva éramos muy rebeldes».

Cáceres recuerda numerosas anécdotas de aquel Crucero de Instrucción, en el que tuvo que pasar por algunos temporales que se podían haber evitado con un cambio de rumbo, pero el comandante estaba obsesionado con batir records, y a pesar de saber que se iban a encontrar con la tempestad, se adentraba en ella. En la travesía a Ciudad del Cabo, ni la diosa romana Minerva, del mascarón de proa del Elcano, que fue concebida para proteger a la tripulación de las adversidades del mar, pudo evitar las penalidades que pasó la tripulación y los enormes destrozos que sufrió el buque. Al final tuvieron que cambiar de rumbo y entrar en Simon’s Town (Sudáfrica) para reparar las averías.

La diosa Minerva fue también afectada por el temporal.

«Cuando estábamos reparando fuimos a ver la base de submarinos y entramos en una cantina del puerto, tomamos algunas copas y salimos de allí un poco contentos. A un compañero se le rompió un vaso de camino hacia el “Elcano”, y uno del puerto le dijo a un guardiamarina que pasaba por allí en ese momento que estábamos bebidos y que nos mandara para el barco, pero no le hicimos caso y fuimos a otra cantina. Fueron a buscarnos y nos llevaron arrestados al barco.

En Simon’s Town atropellaron al panadero, porque allí se circula al contrario; miró a la derecha como estamos acostumbrados y un coche que venía por el otro lado lo atropelló. Estuvo en Sudáfrica cerca de un mes y luego lo mandaron para España. Cuando llegamos a Cádiz nos lo encontramos allí ya recuperado.

Los uniformes militares son muy respetados en otros países. Una de las cosas curiosas que más me llamó la atención fue que en Brasil cualquiera que iba con un uniforme militar no pagaba en los autobuses. En Salvador de Bahía superamos el límite de velocidad con un coche, creo que era a cincuenta y nosotros íbamos a cien. Nos paró la policía para multarnos, pero cuando vieron los uniformes nos dijeron amablemente que fuéramos más despacio».

 

Francisco Domingo Cáceres López trabaja en la actualidad en una empresa de Palos de la Frontera y reside en el núcleo costero de Mazagón desde el año 2003.

Este artículo fue publicado en el periódico Palos Punto Cero en mayo de 2016

Fotos: Francisco Domingo Cáceres López

José Antonio Mayo Abargues

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