23 junio, 2013

EL RASTRILLO DE LA PLAZA ODÓN BETANZOS

Era un crío cuando mi padre me llevaba a menudo los domingos al Rastro de Madrid. Entrábamos en él por la Plaza de Cascorro. Siempre me contaba lo valiente que fue Eloy Gonzalo, el soldado de la estatua en la guerra de Cuba, que tres mil cubanos rodeaban a poco más de cien españoles, que se ofreció voluntario y consiguió prender fuego con un bidón de gasolina al cuartel general enemigo en el pueblo de Cascorro, permitiendo ganar tiempo y que así llegasen refuerzos. Lamentablemente lo hirieron y murió al poco tiempo.
Hoy viendo este pequeño rastrillo, ubicado en la plaza de Odón Betanzos, cuando la sombra y la fuente refrescan, bajo la atenta mirada de la interesada escultura, mucho menos beligerante que la anteriormente citada, aunque dedicada a un verdadero héroe literario, insigne rocianero, recuerdo las ventas, cantimploras y pertrechos de soldados, relojes averiados, el trueque, las conversaciones no menos importantes entre vendedores y compradores o simplemente interesados, y cómo no, el impresionante colorido, el variopinto devenir de las gentes y algo que me quedó grabado en la memoria unos años más tarde, cuando entre la muchedumbre un amigo que llevaba a su hijo a hombros, notó que un ratero le sustraía la cartera del bolsillo trasero del pantalón y fue capaz de capturarlo, el cómo después dejó marchar al descuidero.
Me resultan gratas estas pequeñas muestras de aquello que conocí, el ver las monedas, los antiguos billetes, los discos de vinilo, los amarillentos libros y otras tantas cosas, algunas de dudosa utilidad, pero sobre todo oír las conversaciones, desinteresadas e interesantes, de quienes exponen sus pertenencias a fin de trocar, vender o simplemente charlar.

Federico Soubrier García