01 junio, 2013

LA BOYA MALDITA

Publicado en El Periódico de Huelva el viernes 31 de mayo de 2013
Comentaba al Capitán Salitre en una de mis visitas a su Taberna-Museo Marino que en los noventa, tras un agosto de calor y calma chicha, decidimos idear alguna aventura. Una pesca estaría bien; en el bote de poliéster de mi padre y lejos. La boya de reviro, ya en mar abierta, desde la que enfilan los buques su entrada a la ría o la salida al océano, era nuestro objetivo. Para complicarlo más, sería de noche.
Fuimos a la playa, a la una de la madrugada. ¡Increíble! Por primera vez en el verano había oleaje y era de rigor. Decidimos salir. Estibamos la intendencia de la que se había encargado Pablo, habría pensado en varios días a la deriva según la cantidad de avituallamiento. Mediante rulos desplazamos el barco a la orilla y mientras lo botábamos mi hermano José arrancó el motor. Saltamos dentro y comenzó la función. La proa corta la ola y va subiendo sobre ella, media embarcación queda en el aire, después cae, pega un panzazo que salpica todo lo de dentro y vuelta a empezar. A una milla de la boya, empapados y achicando agua, decidimos que sería mejor ir hasta otra dentro del canal, al abrigo del espigón.
Pingando, con unos buenos bocadillos y bebida, aguantamos fondeados como una hora. No se dignó a picar ni un  solo pez. Estábamos helados y decidimos volver. El primer tramo fue duro, las olas nos pegaban de través y aquello parecía las cunitas de la feria. Frente al antiguo cine enfilamos la playa haciendo sur a caballo de las crestas. A pocos metros de alcanzar la orilla, volcamos saltando por los aires. Afortunadamente  pudimos apagar el motor. La causa fue el impacto contra la única piedra que posiblemente habría entre el puerto de Mazagón y  Matalascañas. Se abrió un agujero en el casco del tamaño de un melón.
Ernesto, el capitán, me relató que en los años treinta de madrugada, en la misma boya de reviro, el vapor Virgen de la Cinta partió en dos al pesquero San Diego, ahogándose dos pescadores y que era obligación del Ayuntamiento de Palos de la Frontera enterrar en el cementerio los cadáveres que aparecían en su costa. Aquella aventura podía haber ido aún peor.

Federico Soubrier García