08 septiembre, 2013

LANZA DE ACERO II

          Cuando conocí a José Manuel Gómez Domínguez los relatos sobre su vida me parecieron fascinantes. Su ingenio y sentido del humor contándome las penurias de su   pasado consiguieron que noche tras noche fuese tomando notas y al final escribiese Crónicas del Poblado Forestal de Mazagón. Él fue documentando su historia con multitud de fotografías y cuando me enseñó las de un desembarco norteamericano en Mazagón, las maniobras denominadas Lanza de Acero I, me contó que sabía el sitio exacto en que dos helicópteros de los marines habían colisionado en octubre de mil novecientos sesenta y cuatro, muriendo nueve miembros de sus tripulaciones. Recordaba que habían participado más de treinta mil soldados, perdiendo la vida un total de diecisiete, cuatro de ellos españoles.

El caso es que se ofreció a llevarnos al lugar en que se produjo el siniestro en cuanto pasase el verano y tuviese menos trabajo en su restaurante El Refugio. Le tomé la palabra con las dudas razonables de lidiar con un simpático bromista y concertamos lo que denominaríamos Lanza de Acero II.

Llegado septiembre quedamos el día seis a las seis de la tarde para realizar la expedición. Nuestro amigo Rafael Barreno Salas, experto conocedor de todos los temas relativos a la aviación, tanto civil como militar, se sumó sin pensarlo y en pocos minutos, no más de veinte, nos encontrábamos por pinares cercanos al poblado forestal.

Después de aparcar su todoterreno en un carril, José Manuel andaba bastante más rápido que nosotros  por  un cortafuegos  y pronto se perdió en la maleza. La verdad es que no esperábamos hallar nada, pero sin vacilar llegó al lugar que recordaba y pronto localizó un par de trozos de fuselaje. Había un claro de arena entre la vegetación donde no crecía ni una brizna de hierba y en él empezamos a divisar todo tipo de restos, tanto de aluminio como de hierro oxidado. Nos enseñó una especie de dinamo muy pesada y comenzamos a ver antiguas válvulas, condensadores, cables de acero o relés. Nos llamó la atención una sección de aluminio en la que se leía OIL…, que estaría próximo al acceso del tapón de mantenimiento del nivel de aceite de una de las aeronaves.
Realmente la situación era extraña y algo inquietante. Saber que allí habían fallecido nueve personas, ver cómo quedaron fundidos bloques de metal en una aleación parecida a un roca plateada, comprobar la oxidación de lo que fueron las hebillas de sus cinturones de seguridad y tocar los mandos de sus emisoras, infundía una sensación de respeto, seriedad  y a la vez alegría, dado que encontrar aquello, transcurridos cuarenta y nueve años, era poco menos que increíble.

José Manuel, que no paró de arañar la arena con la única ayuda de un palo, a cada momento sacaba una nueva pieza. Sabemos que allí quedó mucho más de lo que encontramos en poco más de media hora de búsqueda, pero volvimos muy contentos. Sin ningún medio técnico para localizar el lugar, únicamente gracias a la memoria de nuestro amigo y a su increíble sentido de la orientación, revivimos de alguna manera aquel nefasto día. Comprobamos que los fuselajes eran de dos colores diferentes, uno verde camuflaje y el otro negro, seguramente distinto en cada uno de los helicópteros. Volvimos medio siglo atrás y presenciamos imaginariamente aquel lamentable desastre, sorprendidos de la distancia a la que aparecían unas piezas de otras; más de cien metros en algunos casos, calculando cuál pudo ser la tremenda magnitud del impacto.

Ahora nos quiere llevar a buscar los restos de un barco hundido en una de nuestras playas, cargado de monedas de oro, del que los hombres del poblado sacaron algunas. Tiene a gala ser el mayor archivo histórico de Mazagón y la verdad es que acabaré por darle la razón ¿Será esta vez una broma?  No lo creo. Por si acaso, vamos a ver cómo está cotizando el preciado metal.

Federico Soubrier García.