29 julio, 2013

¡UNA DE COLOMBINAS!

ANÉCDOTAS DE MAZAGÓN
Le ocurrió hace algo más de 30 años al protagonista de esta historia, al que vamos a llamar López para no desvelar su verdadera identidad, un vecino de Mazagón que lleva mucho tiempo entre nosotros. López fue víctima de lo que ahora está tan de moda en el mundo laboral, pero que los empresarios vienen practicando desde hace muchísimos años para reestructurar sus plantillas o quitarse de encima a alguien que estorbe o no guste, eso que llamamos elegantemente movilidad funcional.

López tenía tres opciones para elegir, en ciudades muy distanciadas una de otra, y entre ellas se encontraba Huelva. El clima, el mar, y algunas otras cosas más, fueron el atractivo para que se decidiera por esta ciudad. Pero antes necesitaba ver el lugar de trabajo, la ciudad, los colegios y una vivienda donde instalarse. El tiempo apremiaba y había que actuar rápido.

Una mañana de un caluroso julio, López arrancó el coche y se dispuso a recorrer con su mujer los más de seiscientos kilómetros que separan Madrid de Huelva.  A su llegada a la ciudad se le cayeron los palos del sombrajo, es decir, que sintió una tremenda sensación de angustia, muy propia del que viene de la capital de España a una ciudad deprimida y con infinidad de carencias, como era la Huelva de los años 80.

Se instaló en un céntrico hotel, y al día siguiente salió a inspeccionar minuciosamente la ciudad. Todo era muevo y extraño para él; Huelva era una ciudad con una identidad cultural totalmente diferente a la de Madrid, pero había que adaptarse e integrarse rápidamente. Y nada mejor para adaptarse que comenzar conociendo los encantos culinarios de esta tierra. Para ello, no se conformó con visitar la capital, donde probó las habas con choco, la raya en pimentón y los tollos con tomate; también  recorrió todos los pueblos de la costa de Huelva, incluyendo a Mazagón en una de sus visitas.

Bueno, pues nuestro amigo López, que había estado el día anterior disfrutando de las Fiestas Colombinas, quiso conocer también la Feria de Mazagón en una noche que hacía un calor de justicia, y que invitaba a sentarte en una terraza, pedir unas cervezas y olvidarte incluso del traslado. Entró en un restaurante, y como en todos los sitios anteriores preguntó por lo típico del lugar. El dueño le recomendó los pescados de la costa: corvina, robalo, choco, y las riquísimas acedías de trasmallo. «También le puedo poner unas coquinas», añadió el dueño a su oferta., explicándole después las características de este molusco que era desconocido para él. López pidió entre otras cosas una ración de coquinas, y simplemente con el olor que desprendía la cazuela se quedó maravillado.

Quedó tan encantado de su estancia en Huelva, que una semana después ya estaba haciendo la mudanza a una vivienda de la capital, donde paso algunos años en estado transitorio —como si del Purgatorio se tratara—, antes de venir a Mazagón, porque aquí hay que venir limpio de pecado, por eso somos como somos.

Instalado ya en su nueva vivienda y más relajado ya de todo ese ajetreo, decidió volver a Mazagón para asomarse nuevamente al mar y disfrutar de sus maravillosas playas. Al terminar la jornada playera, López volvió con su mujer al mismo restaurante donde había estado una semana antes, para ejercitar tres de sus cinco sentidos. La verdad es que adaptarse a una nueva cultura no es cosa fácil, y López no era ajeno a todos esos cambios, empezando por los nombres que a una misma cosa se le da en diferentes lugares de nuestra geografía, como por ejemplo, la lubina, que aquí llamamos robalo, la pescadilla, para nosotros pescada, y pijota si es más pequeña; en fin, que tenía un pequeño jaleillo montado en su cabeza. Se sentó en la terraza del restaurante y para no parecer extraño en esta tierra —como si fuera de Huelva de toda la vida—, al ver acercarse al dueño, le dijo desde lejos: «¡Por favor, dos cañas y una de colombinas!» El dueño entendió perfectamente lo que López le estaba pidiendo, y con un gran sentido del humor y esa gracia andaluza que tanto le llamaba la atención, dijo: «Mire usted, las Colombinas se acabaron la semana pasada, pero no se preocupe que le voy a poner unas coquinas para que vaya abriendo boca».