07 noviembre, 2012

RAÍCES MARINERAS

Esta es una de esas noches en las que la población de Mazagón siente, palpa y nota en el ambiente que es un pueblo realmente marinero, se destapan sus raíces, esas que a veces se olvidan y no puede ocultar lo que es.
Con las gentes que he hablado a lo largo de la tarde el tema era general, la mar está rugiendo. Llama como lo hacía la selva a Buck en la genial novela de  escritor estadounidense Jack London en  “La llamada de la selva”. Si alguien no la ha leído o lo que es peor, tiene un hijo que no haya hecho, desde luego le recomendaría que lo hiciese o, al menos, intentase que lo hiciera su descendiente; la cultura y el vivir aventuras imaginarias no puede por menos que beneficiar a los lectores y afianzar personalidades en un sentido positivo.
Hubo un tiempo en que mi biblia fue una tabla de mareas y me consta que son muchos y afortunadamente van siendo muchas, las que concentran gran parte de su vida en la mar. Me ha alegrado y no puedo más que felicitar al promotor o promotores de la visión en tiempo real de la playa desde “las casas de Bonares”. Quien no ama la mar, no entiende de coeficientes, ni de mareas, ni de direcciones o fuerzas del viento, no sabe de mares de  fondo, de resacas ni del comportamiento de las gaviotas. Desde Galicia, “Gaviotas a tierra, marineros a la mierda”, hasta Andalucía, “Gaviotas en los corrales, se avecinan temporales”, la mar marca y, a veces, mata llevándose de tributo a sus gentes como impuesto por los tesoros que nos regala constantemente, tanto espirituales, como deportivos o  para deleitarnos gastronómicamente.
Como Buck, no hemos tenido más remedio que bajar a la playa para oírla y sentirla en una especie de ritual, encontrándonos con muchísimas más personas que han sentido la llamada e incordiado a esos amantes de los discretos accesos a los que también felicito por la elección y pido disculpas por algo que no hemos podido evitar, responder a la llamada de la mar.
No puedo ocultar mi envidia a quienes puedan pasear mañana por esta fabulosa playa observando los efectos del temporal con sus más de treinta nudos del sureste y a los que ahora navegan sintiendo que están vivos amparados a la luz de nuestro faro.
Federico Soubrier García