20 marzo, 2022

Vienen malos tiempos

José Antonio Mayo Abarguesmayoabargues@gmail.com

Estamos ante la mayor crisis energética, después de que el declive de la bonanza del petróleo obligara en 1980 a Estados Unidos y Europa a utilizar el gas natural para fabricar energía eléctrica. La invasión de Ucrania por parte de Rusia está provocado un impacto económico mundial por los alarmantes precios de la energía que se han disparado hasta alcanzar máximos históricos, y lo peor de todo es que esta escalada parece imparable. 

Las recientes sanciones impuestas a Rusia por EEUU y Reino Unido, con el objeto de poner fin a la guerra, en las que se incluye el veto a las importaciones de petróleo, carbón y gas natural, están haciendo mella en la economía soviética, y aunque me gustaría ser optimista, pienso que difícilmente van a conseguir frenar las intenciones de este psicópata que los gobierna, porque terminará recibiendo apoyo económico y militar de China. Pero esta  guerra económica, con la que se pretende hacer frente a la mayor potencia nuclear del mundo, es un arma de doble filo que repercute directamente en los ciudadanos de a pie, que ya están sufriendo unas subidas brutales en los precios de la energía y de los carburantes.

Un barco de gas natural licuado saliendo por la ría de Huelva/José Antonio Mayo

Hoy en día levantarnos de la cama y no poder encender la luz; enchufar la cafetera, el microondas, la calefacción; poner la lavadora o arrancar el coche, es algo que no podemos imaginar; somos tremendamente dependientes de la energía y no podríamos vivir sin su suministro. Sin ella sería como volver a las cavernas.

España importa la mayor parte de la energía que consume, a pesar de contar con un gran potencial para explotar las energías renovables. Rusia, la mayor reserva de gas del mundo, suministra el 40% del gas que se consume en la UE; sin embargo, España no es especialmente dependiente de este país, pues solo importa el 8%, frente al 35% que viene de Argelia. No debe haber ningún problema de abastecimiento, ya que el gas procedente de Argelia se seguirá suministrando, vía gaseoducto y barcos, eso si los últimos acontecimientos sobre el conflicto de autonomía del Sáhara Occidental no cambian el curso de las relaciones con Argel. No obstante, el caso es preocupante y ha vuelto a devolver el protagonismo al escenario del subsuelo de Doñana, donde se esconde otra valiosa joya de este espacio: el gas natural.

“Los pozos de la discordia” amenazan de nuevo al humedal más grande de Europa. El pasado 4 de marzo el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía (BOJA) publicaba una resolución por la que se anula la prohibición de llevar a cabo proyectos de extracción y almacenamiento de gas en Doñana. En el escrito del TSJA se hace constar la prioridad que debe tener la conservación de los valores ambientales de Doñana; una armonía imposible entre la explotación de este recurso y la naturaleza, pues esto no es más que un proceso de transformación de Doñana, de Parque Natural a Parque Energético. Tal vez esto solo sea dar otro “palito a la burra” del polémico gas y no llegue a prosperar el proyecto, pero el Gobierno ya ha empezado a ponerse las pilas en prevención  de la crisis que se avecina para mitigar esta subida de precios sin precedentes, con la reactivación de algunas centrales térmicas de carbón, condenadas a desaparecer, como la térmica de Endesa en As Pontes (A Coruña) o la de Los Barrios (Cádiz). Y Doñana también está en su agenda.

Instalaciones de los pozos del Saladillo, en Doñana. Están en explotación desde 1997/José Antonio Mayo

¿Nos llevará esta crisis al anunciado “gran apagón”? Sería tremendo. Afectaría a hospitales, comunicaciones, alumbrado público, cajeros, datafonos; y a la vida doméstica en general, a todo aquello que contribuye a hacernos la vida más cómoda y a cubrir nuestras necesidades más básicas. A todo. ¿Estamos preparados para afrontar una situación de estas características?

Quien escribe este artículo vivió durante tres meses sin energía eléctrica y conoce muy bien “el lado oscuro” de esa carencia, y he de reconocer que fue duro, si bien mi caso no fue demasiado dramático, pues la adaptación a estas condiciones tan adversas depende mucho del estilo de vida de cada persona y de sus necesidades. El teléfono, la televisión o la vitrocerámica, son cosas superfluas, lo más importante es el agua. Es fundamental. Pero si no hay electricidad, tampoco hay agua, y la del supermercado termina por acabarse si el apagón se prolonga. No podríamos vivir sin agua durante mucho tiempo, es la fuente de la vida.

Los expertos auguran que la crisis va a ser larga y que habrá un repunte mayor en los próximos meses si la guerra continúa. Los efectos colaterales se están haciendo sentir en las estanterías de los supermercados, porque el consumidor ha empezado a hacer un acopio excesivo de aceite de girasol por temor al desabastecimiento, ya que el 62% de este producto procede de Ucrania; mañana puede ser la harina, las tortas de aceite o cualquier otro producto derivado del trigo o el maíz. Desde la Organización  de Consumidores y Usuarios (OCU), aseguran que la alarma social que se ha generado es injustificada y que no hay ningún motivo para realizar esa compra compulsiva porque el aceite que se está vendiendo ahora es el de la cosecha del año pasado, antes de la guerra, por tanto, no debería haber un déficit hasta la próxima cosecha. En cualquier caso, vienen malos tiempos y no estaría de más que fuésemos consultando algunos manuales de supervivencia.