25 febrero, 2025

Torres y piratas en las costas de Huelva


Encima de la mesa de trabajo, extendidos por sus muchos dobles, contemplo ahora un viejo mapa de Huelva. Es el célebre del coronel Francisco Coello, fechado en 1870, y realizado como complemento del “Diccionario Geográfico—Histórico” de Pascual Madoz. Sin proponérmelo, la mirada siguió la línea azul simuladora de las aguas, y allí, junto al añil del océano de papel, voy releyendo, torre del Reducto, del Terrón, de la Umbría, de la Arenilla. Y más allá sigue el rosario de pequeñas atalayas: torre del Oro, del Asperillo, de la Higuera, de Carboneras, de San Jacinto…

Tengo además abierto en la misma mesa otro viejo mapa de Huelva, porque hoy, soñando con mi antiguo deambular desde el puerto a la Punta del Sebo, creyendo que he tomado ya café sentado en la Placeta, iba a escribir unas líneas de exaltación colombina. Pero estas torres, del Oro, de la Umbría de San Jacinto, estas evocaciones de un esfuerzo onubenses también aventurero, y del que ya no se habla, me cautivaron con sus nombres, la atención, y aquí estoy con la imaginación a sus pies midiendo si tienen, como las amadas del antiguo Reino de Granada, ocho varas de altura, y si sobre sus bóvedas están los tres peones ganando veinticinco maravedís a la jornada por la tarea de otear lejanías y dar su grito de rebato, con voces de almenara, cuando aparecían fusta berberiscas y se hacía temerosa realidad el pregón estremecido de “ ¡moros en la costa!”.

La gran trascendencia de la gesta colombina hizo que, refiriéndose a la Huelva esforzada de los siglos XV y XVI sólo se valorasen sus facetas descubridoras. El imperial empuje de sus hijos lanzados a la empresa de percibir por vez primera paisajes imprevistos. Pero en aquellos años de aventura, en que los onubenses modelaban la perfección del globo terráqueo, no se comentaban con tranquila confianza las gestas asombrosas de los vecinos marchados al océano en los lugares de Ayamonte, Lepe Huelva o Moguer, por que mientras un continente levantaba sus velos a los españoles, otro, en África misteriosa y terrible, tenía en alarma toda nuestra costa con la osadía enfrenada de los corsarios berberiscos.

Por el periodista y escritor granadino don Eduardo Molina Fajardo.

José García Díaz, Pepe el Carnicero